Cali, diciembre 19 de 2025. Actualizado: viernes, diciembre 19, 2025 00:17
La era de la no polaridad: un mundo sin centro de gravedad
Richard Haass, expresidente del Council on Foreign Relations, introdujo el concepto de la era de la no polaridad para describir un sistema internacional en el cual el poder ya no se concentra en uno o dos polos dominantes, sino que se encuentra disperso entre múltiples actores estatales y no estatales.
Este diagnóstico, inicialmente formulado en un contexto posterior a la Guerra Fría y al predominio estadounidense de los años noventa, se ha vuelto hoy más vigente que nunca.
El mundo actual ya no funciona bajo la lógica de una bipolaridad rígida como en la Guerra Fría, ni bajo la ilusión de una hegemonía estadounidense incuestionable. Entramos, con contundencia, en la etapa de la dispersión estratégica del poder.
En 2025, esta no polaridad se refleja en dinámicas complejas y simultáneas. Estados Unidos continúa siendo la potencia con mayor capacidad global en términos militares, tecnológicos y financieros, pero ya no puede moldear unilateralmente los órdenes internacionales, ni imponer sus preferencias sin contestación.
Su capacidad de influencia se encuentra tensionada por la emergencia de otros centros de decisión con agendas propias y con poder real para ejecutarlas.
China representa el elemento más transformador de esta transición. No busca reemplazar completamente a Estados Unidos, sino más bien construir un sistema internacional alternativo y paralelo, especialmente económico y tecnológico.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, el avance en telecomunicaciones estratégicas, el liderazgo tecnológico en inteligencia artificial y la consolidación diplomática con países del Sur Global han configurado a China como un polo propio, pero no único.
Sin embargo, lo que caracteriza esta etapa no es el ascenso chino en sí mismo, sino que dicho ascenso se da en un contexto donde otros actores también acumulan capacidad y autonomía.
Rusia, aunque con limitaciones estructurales, ejerce una influencia disruptiva que no depende de la magnitud económica sino de su capacidad militar, energética y geopolítica.
Su rol en conflictos abiertos y su política exterior revisionista son elementos que contribuyen a la fragmentación del orden mundial.
Brasil, por su parte, ilustra un tipo distinto de poder. No busca dominar, sino mediar. Su importancia no proviene de su fuerza militar, sino de su legitimidad política regional, su capacidad diplomática y su creciente peso en bloques como BRICS.
Representa el ascenso de las potencias intermedias que amplían la no polaridad hacia regiones que antes eran satélites de las potencias centrales.
La no polaridad no implica equilibrio; implica inestabilidad. La multiplicidad de actores con poder parcial dificulta la coordinación global frente a amenazas contemporáneas, cambio climático, terrorismo transnacional, migraciones masivas, ciberconflicto, inteligencia artificial y crimen organizado.
Ningún actor controla el sistema, pero todos lo tensionan.
En este escenario, el riesgo principal no es la guerra entre superpotencias, sino la ausencia de gobernabilidad global.
La era de la no polaridad es, en esencia, una etapa de poder fragmentado, autoridad difusa y competencia permanente. Un mundo sin centro de gravedad político, sin árbitro estratégico y sin arquitectura estable.
Hoy, más que nunca, Haass tenía razón: el problema de nuestro tiempo no es quién domina, sino quién coordina.
