Cali, octubre 30 de 2025. Actualizado: jueves, octubre 30, 2025 15:39
Le metieron tijera al deporte
¿De verdad el deporte es un lujo? Quien piense eso no ha pisado una cancha de barrio ni ha sentido lo que significa un torneo comunitario para un joven que lucha contra la violencia y la falta de oportunidades.
El recorte del presupuesto deportivo no es una cifra técnica: es un portazo en la cara de miles de colombianos que encuentran en el deporte disciplina, esperanza y futuro.
En ciudades como Cali, Medellín o Barranquilla, el deporte no es un lujo: es una herramienta de prevención.
Cada peso invertido en infraestructura deportiva o en programas de formación de jóvenes significa menos probabilidad de reclutamiento por parte de bandas, menos violencia en las calles y más cohesión comunitaria.
Lo viví de cerca durante mi paso por el Concejo de Cali, acompañando procesos comunitarios donde un balón, una pista o un tatami marcaron la diferencia entre la calle y la disciplina.
Sin embargo, en la práctica, la inversión local se ve limitada por los recortes nacionales. En 2025 se asignaron $464,3 mil millones al deporte. No era una cifra ambiciosa, pero permitía sostener algunos programas.
Hoy la propuesta de presupuesto para 2026 baja esa suma a $310,4 mil millones. Este recorte de $153 mil millones golpea directamente la posibilidad de mantener escenarios en pie y de darle continuidad a procesos formativos en escuelas y barrios.
¿Qué mensaje le damos a un joven de barrio cuando le decimos que no hay presupuesto para su cancha, pero sí para pagar más deuda?
El deporte en Colombia refleja la misma brecha que padecen otras áreas sociales. Mientras en las grandes capitales aún se pueden organizar torneos interbarriales o mantener ligas locales, en regiones como el Pacífico o la Orinoquía la falta de recursos convierte a los jóvenes en espectadores pasivos, sin acceso a programas deportivos o infraestructura digna.
Un recorte de este tamaño significa que programas como Supérate Intercolegiados, del Ministerio del Deporte, o los planes de dotación de escenarios regionales, pueden reducirse o incluso desaparecer.
La consecuencia: un país más desigual, donde unos pocos tendrán acceso a la práctica organizada y otros quedarán atrapados en la ausencia de oportunidades.
El problema no es solo la reducción, sino el contexto fiscal en que ocurre. El presupuesto nacional para 2026 asciende a $556 billones, con un vacío de ingresos de $25 billones que obligará a otra reforma tributaria.
En medio de este déficit, el gasto público crece 2,7 veces más que la inversión, y el pago de deuda estrangula áreas estratégicas como la educación, la ciencia o el deporte.
Si a esto le sumamos la ineficiencia en la ejecución de los recursos, el panorama es crítico: a junio de 2025, apenas se había ejecutado el 18,6% del presupuesto deportivo.
Esto no solo es desinterés, sino incapacidad de gestión. Con recursos limitados y mal ejecutados, el deporte queda condenado a la irrelevancia en la agenda nacional.
El recorte no es una cifra fría, es un mensaje de lo que está en juego: el deporte no es prioridad. Pero los países que han logrado transformar su tejido social y proyectar talento global entendieron hace décadas que el deporte sí es política pública estratégica.
Es por ello que el deporte debe blindarse desde lo presupuestal, asegurándole un piso mínimo de inversión equivalente al 1% del presupuesto social nacional.
Hoy, definitivamente, estamos muy lejos de esa meta. Y además, los recursos deben llegar efectivamente a donde van dirigidos: la ejecución debe ser pública, trazable y medirse en indicadores como cobertura de jóvenes beneficiados, escenarios construidos y logros en salud pública.
Por otro lado, es evidente que el centralismo afecta negativamente al deporte porque no existe una priorización real de los territorios con más necesidades, en los que el deporte es literalmente un salvavidas social.
Este ha sido uno de los grandes errores de la política deportiva en Colombia: concentrar los recursos en las grandes capitales, generando un círculo vicioso en el que se crean regiones periféricas.
El recorte al deporte no es una cifra técnica: es un golpe al corazón de un país que ha encontrado en la cancha, la pista y la carretera una forma de resistir, de soñar y de unirse.
Colombia no puede darse el lujo de tratar al deporte como un gasto de adorno, mientras los jóvenes claman por oportunidades y las regiones más golpeadas necesitan alternativas a la violencia.
Apostarle al deporte es apostarle a la vida, a la seguridad y al futuro. Quien gobierne con visión debe entender que cada peso invertido en deporte se multiplica en esperanza y paz; recortarlo, en cambio, es sembrar más exclusión y más conflicto.
El deporte no puede seguir tratado como adorno en los discursos ni como renglón sacrificable en el presupuesto. Cada peso invertido en canchas, ligas y escuelas de formación es un blindaje contra la violencia, es paz en los barrios y orgullo en las regiones.
Si este gobierno insiste en recortarlo, lo que está sembrando no es ahorro, es más desigualdad, más exclusión y más conflicto. Yo lo digo con claridad: apostarle al deporte es apostarle a la vida, y reducirlo es entregarle toda una generación al crimen.
