Que vuelvan las cartas

El día del amor y la amistad, el “virtual” desplazó al filial, la frivolidad a la inspiración.

Colapsaron las redes sociales con los reenvíos de tarjetas.

Las floristerías quebraron ante la competencia de flores editadas.

Recibí de tres personas distintas el mismo mensaje verdadero, que me tocó tantearlas queriendo descubrir quien plagiaba a otra.

Se lo comenté a una amiga que vive en España y vaya sorpresa al enterarme que le habían remitido ese mensaje con los mismos diseños de flores virtuales, desde otras latitudes.

Otrora cuando la globalización y la “inteligencia artificial” todavía no eran amenaza, aunque no figuraba el día del amor y la amistad entre las fechas comerciales, sin embargo, acorde a sus historias personales, los enamorados escogían el día sublime, escribían cartas de amor a puño y letra, y con ramos de flores naturales certificaban su inspiración.

Los niños sospechábamos si nuestras tías, clandestinamente habían sido flechadas, cuando los carteros les entregaban los mensajes de amor.

En las semanas de vacaciones los escolares nos volvíamos carteros, cuando la oficina de correos nos daba trabajito evacuando cartas y sólo exigía bicicleta y destreza en direcciones de la ciudad.

En clase de literatura, sí nos apasionaban las cartas que Gustavo Flaubert le escribió a Louise Colet con frases que ella tomaba como “suspiros de amor”.

Nos apasionaban las cartas de Sigmund Freud recalcándole a su esposa Martha Bernays que ella “era tan dulce y tan buena”.

Y las de Franz Kafka escritas a Milena, confesándole que ante ella, él era “tímido y temeroso”.

¡Que vuelvan las cartas!

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