Cali, octubre 31 de 2025. Actualizado: viernes, octubre 31, 2025 15:50
Trump y la disrupción calculada
En el tablero global, donde solemos imaginar jugadas lineales y reglas conocidas, ha emergido un actor que decidió que el caos podía ser un método.
Su doctrina no se sostiene en tratados ni en instituciones, sino en una disrupción calculada, en la generación de crisis para obligar a adversarios y aliados a negociar bajo sus condiciones.
Ese jugador que está pateando la mesa es Donald Trump, quien convirtió la fuerza y la contradicción en una señal hacia el exterior, y con ello dio forma a una de las estrategias más disruptivas de nuestro tiempo.
El primer pilar de esta estrategia es la personalización del poder y el uso de la fuerza militar como instrumento de comunicación.
Ni siquiera como recurso de último minuto, sino como carta de presentación; así lo muestra el más reciente gesto hacia Moscú, con el que Trump envió un submarino nuclear como advertencia a Putin.
Nada de notas diplomáticas ni sanciones graduales, sino una demostración inmediata de poder que, desde la óptica estadounidense, busca proyectar disuasión, mientras que en la lectura rusa puede interpretarse como una clara señal de provocación.
El segundo pilar se observa en la arena doméstica. El shutdown del gobierno, que a ojos de la ciudadanía podría verse como un fracaso, en esta doctrina se convierte en una demostración de la tolerancia al riesgo.
Al mostrar disposición para soportar el costo político y económico de paralizar al Estado, se envía hacia afuera el mensaje de que si se acepta el caos en casa, Trump no tendría reparos en asumir cualquier escalada afuera.
El riesgo autoinfligido se convierte, por tanto, en un arma de política exterior.
El tercer pilar de la estrategia está en la diplomacia transaccional, y el plan de paz para Israel y Palestina ilustra esta filosofía trumpista: ultimátums de 72 horas, exclusión de actores incómodos y acuerdos diseñados como tratos personales más que como procesos institucionales.
La rapidez con que Estados Unidos plantea estas fórmulas refleja un desprecio por los cauces tradicionales de la diplomacia, sustituidos por la lógica del deal inmediato y un papel reducido para los marcos multilaterales tradicionales.
El contraste entre los dos casos resulta ilustrativo. Hacia Rusia, la doctrina se manifiesta como amenaza bilateral y directa; en Medio Oriente, como intento de rediseñar un conflicto complejo y multilateral.
La primera jugada se mide en la contención de una posible escalada; mientras que la segunda depende de la capacidad de imponer nuevas reglas de juego a actores con intereses diversos y, en muchos casos, contrapuestos.
Pero, ¿hasta qué punto la disrupción puede reemplazar a la diplomacia?, ¿qué significa estar al mando cuando se lidera con caos?, ¿y cuánto tiempo puede sostenerse un orden global edificado más sobre señales de riesgo que sobre consensos estables?
La pregunta sigue abierta y será la evolución del orden internacional la que ofrezca la respuesta.
Sin embargo, lo que valdrá la pena observar no son las jugadas inmediatas, sino los equilibrios que resistan después de la tormenta.

 
            