Cali, septiembre 18 de 2025. Actualizado: jueves, septiembre 18, 2025 23:08
Un sistema que pierde sentido
Educación: ¿camino al futuro o callejón sin salida?
Por: Rosa María Agudelo – Directora Diario Occidente
Esta semana asistí al conversatorio sobre reclutamiento forzado organizado por la UAV y Propacifico.
Los testimonios de los participantes me confirman que Colombia debe apostarle en serio a la educación.
Sin embargo, mientras el país concentra su atención en las reformas pensional, laboral y de salud, el sistema educativo continúa esperando una transformación de fondo.
La pregunta es inevitable: ¿por qué no se impulsó una reforma educativa? Quizás porque sus resultados no se ven en cuatro años de gobierno, aunque su ausencia se siente a diario en las aulas, en los barrios y en las esquinas de cualquier ciudad colombiana.
Tres historias que revelan la crisis
En una reunión comunitaria en Cali, tras el estallido social, tres jóvenes resumieron sin proponérselo la crisis estructural que enfrentamos. Uno, de 16 años, dejó el colegio convencido de que “eso no era para mí”.
Otro, recién salido de la cárcel, afirmaba que ya era “muy viejo” para estudiar. Y un tercero, con título de diseñador gráfico, confesaba que ganaba más como barbero en el barrio que en un empleo formal de su profesión.
Tres experiencias diferentes, pero con un mismo trasfondo: la educación, tal como está concebida, no conecta con la vida real de millones de jóvenes. Más que un debate ideológico, es una evidencia concreta de lo que ocurre en el país.
Cobertura que avanza, pero no alcanza
Durante las dos últimas décadas Colombia ha mejorado sus indicadores de cobertura: en 2020, el 89% de los niños estaban matriculados en primaria, el 79% en secundaria y el 47% en media. Sin embargo, un porcentaje muy alto de los jóvenes no cursa los grados 10 y 11, limitando seriamente sus oportunidades educativas y laborales.
El panorama se agrava en las zonas rurales, donde apenas el 9% de las sedes ofrece grados de media. A esto se suma una deserción permanente: en 2020, en plena pandemia, miles de estudiantes abandonaron el sistema y no regresaron.
Las cifras muestran avances, pero también reflejan una realidad preocupante que impacta directamente en el futuro de los jóvenes.
El rezago no se mide solo en cobertura, sino en calidad. Los resultados de las pruebas PISA 2018 ubican a Colombia muy por debajo del promedio de los países de la OCDE: apenas el 35% de los estudiantes alcanzó el nivel mínimo en matemáticas, frente al 76% de la organización.
El desempeño, además, está íntimamente ligado al origen socioeconómico: en los hogares más pobres apenas una cuarta parte de los adolescentes logra competencias básicas de lectura, mientras en los sectores más altos la cifra casi se triplica.
La escuela, lejos de cerrar brechas, tiende a reproducirlas. En zonas rurales o en municipios con Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, las diferencias son aún más marcadas.
Educación desconectada del futuro
El problema no se limita a aprender poco, sino a aprender cosas que no garantizan un camino. Según el Observatorio Laboral para la Educación, más de uno de cada cinco jóvenes con título profesional no tenía empleo formal un año después de graduarse.
Muchos optan por oficios informales que, aunque inestables, les ofrecen autonomía e ingresos inmediatos.
La deserción en educación superior sigue siendo crítica: alrededor del 10% de los estudiantes universitarios y el 16% de los técnicos y tecnólogos abandonan antes de graduarse.
La gratuidad de matrícula ha sido un avance importante, pero sin acompañamiento académico, orientación psicosocial y una mayor pertinencia con el mundo laboral, resulta insuficiente para cambiar la ecuación.
Inversión sin transformación
Colombia invierte cerca del 4,5% del PIB en educación, un porcentaje cercano al promedio de la OCDE. En 2024 se asignaron 73,8 billones de pesos, el presupuesto más alto en la historia del país.
Sin embargo, el gasto por estudiante sigue siendo bajo en términos absolutos y la eficiencia de esa inversión continúa siendo cuestionada.
Más allá de cuánto se invierte, lo que preocupa es cómo se hace. La falta de continuidad en las políticas educativas impide consolidar avances sostenidos, y el resultado es un sistema que se mueve, pero no cambia en lo esencial.
Cuando la escuela pierde sentido
En un foro reciente sobre crimen organizado, un estudio en colegios públicos de Medellín reveló algo inquietante: muchos estudiantes entre 12 y 15 años reconocían, admiraban o temían a los grupos criminales.
El crimen recluta porque promete estatus, dinero y emoción. La escuela, en cambio, muchas veces no promete nada. Esa falta de sentido hace que, para algunos, lo ilegal sea percibido como una opción racional.
No es un fenómeno aislado. Empresarios locales cuentan que muchos jóvenes prefirieron no volver a empleos formales tras la pandemia porque podían ganar más vigilando una esquina para estructuras ilegales.
Incluso estudiantes universitarias han optado por caminos rápidos como la prostitución, convencidas de que su carrera no les garantizaría prosperidad.
El reto no es solo contar cuántos se matriculan, sino cuántos aprenden algo significativo y útil para sus vidas.
No basta con programas aislados: se requieren trayectorias educativas completas que acompañen a los jóvenes desde la infancia hasta su inserción laboral. Una educación que no solo forme, sino que también emocione y genere esperanza.
Lee Desde la sala de redacción: 35 años de periodismo, un proyecto que recorre la historia reciente de Colombia desde una perspectiva periodística. A través de 35 crónicas, el autor reflexiona sobre hechos clave como la Constitución del 91, el narcotráfico y los procesos de paz, con el objetivo de entender su impacto en la sociedad. Más que narrar, busca cuestionar y aprender de la historia vivida. Descarga la versión en PDF en este código.